martes, 19 de mayo de 2009

La leyenda de la ermita de San Benito.

Javifields me ha hecho recordar la historia de la ermita de San Benito


Según la tradición San Caprasio nació en Agen (Francia), allá por el siglo IV, ordenado sacerdote por el obispo Olimpo, tuvo que huir perseguido por los decretos anticristianos de Diocleciano. Así llegó a Farlete, en una de cuyas cuevas se instaló para hacer vida de anacoreta. Al enterarse de que su paisana Santa Fe había sido martirizada, le pidió a Dios que, si le juzgaba digno para seguir el mismo camino, le diera una señal. Brotó agua de aquella áspera peña y viendo en ello la señal divina, volvió a Francia, convirtió a Primo y Feliciano, siendo martirizado junto a ellos. Sus cuerpos insepultos fueron recogidos por el obispo de Agen y enterrados en la iglesia que los cristianos edificaron en honor de Santa Fe.
El santo tuvo culto en varios lugares de la provincia oscense: en Sobrarbe y Ribagorza, en Santa Cruz de la Serós en la Jacetania, y en la divisoria entre Sobrarbe y el Somontano de Barbastro, cerca de Lecina.
La verdadera historia surge durante la vida de eremita que llevaba San Caprasio en Farlete. La rivalidad de los pueblos vecinos (de cualquier lugar) ya se cultivaba en aquellos tiempos y sigue viva en nuestros días. Los vecinos de Monegrillo no podían superar el hecho de que Farlete dejara relegado en un segundo plano a su pueblo, así que buscaron una forma de competir con el pueblo vecino.

Vivía en el pueblo un zagal llamado Miguel, que quedó huérfano a temprana edad y que de alguna manera había sido adoptado y mantenido por los del pueblo. Su disposición para hacer cualquier favor o trabajo era digna de elogio y aunque siempre bien dispuesto y de carácter extremadamente afable, no se le podía mandar cualquier cosa, puesto que las luces con la que vino al mundo no le alumbraban demasiado.



La vida a Miguel le cambió de la noche al día, cuando la asamblea de vecinos de Monegrillo, decidió que debía ser él, la persona elegida para competir con San Caprasio, del que decían que obraba milagros.
Dicho y hecho, el pueblo se puso manos a la obra y lo primero que hicieron fue construir no muy lejos de Monegrillo una ermita en la que viviría Miguel. Paralelamente y de mano de una beata, el muchacho recibió ilustración sobre la vida de Jesús y los milagros que obraba, no sólo Él, sino las distintas personas que siguiendo su camino le rezaban constantemente, y que sin ir mas lejos allí mismo en Farlete había un tal Caprasio que lo estaba consiguiendo y si aquel podía hacerlo, como no iba a conseguirlo Miguel, que encima era del lugar y no un extranjero como el otro. De esta forma y manera pudo embelesar y aturdir la mente del joven aquella beata, hasta el punto que Miguel pronto empezó a entender cual era desde ese momento su destino.

Sus nuevos atuendos y el pasar a vivir a aquella ermita para habitarla él sólo, no le hicieron ninguna gracia, pero la posibilidad de poder obrar milagros para beneficiar a quien lo necesitara le pareció excitante. Los vecinos del pueblo se turnaban diariamente para llevar a Miguel algo de comida y controlar su comportamiento.
Al poco tiempo ya eran muchos los días en los que encontraban a Miguel postrado boca abajo sobre el suelo y repitiendo sin parar las distintas oraciones que en su día aprendió.

¡Ya habían conseguido lo más importante! Sólo quedaba extender la noticia de su existencia y de inventar los parabienes que concedía aquel muchacho, que ya mas demacrado y con una prominente barba rubia, ya no era reconocible por quien antes lo conociera. Sólo hubo que acudir dos o tres veces a Farlete a visitar a San Caprasio, para el que muchos días se concentraba una gran cantidad de peregrinos y allí esperando ser recibidos por el Santo, sembraban sus palabras los de Monegrillo: “¿No habeis oído hablar del bendito ermitaño que vive cerca de aquí?” “Dicen que obra curaciones de todo tipo y también dicen que torna bueno a aquel que mantiene su mirada”.¡Es bendito, es bendito…Benedictus, benedictus..!” Benito fue el nombre que quedó el cabeza de aquellos que escuchaban.

En poco tiempo, Miguel empezó a recibir a aquellos más impacientes, cansados de esperar turno en la ermita de San Caprasio. Él atendía y escuchaba a todos, compartía con ellos su comida y les encomendaba a Dios, bajo los nada entendibles rezos, que por suerte siempre terminaban igual, en un “benedictus Domine. Amen”. Miguel pasó a llamarse Benito por denominación popular y a él le pareció bien aquel nombre.
Foto del lado sur de la ermita.

Las bondades de éste quien llegaría a ser santo, comenzaron el día en que un peregrino se dirigió a Benito para llamarle farsante y estafador, pues no se le habían curado sus artrósicas piernas, echándole además en cara que nunca había realizado ningún milagro, por lo menos San Caprasio había sido capaz de sacar agua de entre las rocas. Desde aquel momento Benito canceló las visitas de los peregrinos, con el pretexto de que necesitaba dedicarle más tiempo a Dios. Él mismo llegó a pensar que realmente era un farsante. Pero la presión de los vecinos de Monegrillo, le hizo recobrar la esperanza.

Pasó varios días encerrado, sin querer ver a nadie y sin probar bocado. Pedía a Dios que le concediera la misma gracia que a San Caprasio y en un estado de delirio, con una vara de sabina entre las manos, salió al sexto día, golpeando a diestro y siniestro las rocas del lugar para que manara agua. El agua no aparecía por ningún sitio, cayó desfallecido al suelo y mirando el rojizo sol del atardecer, rogó a Dios con toda su fuerza, lloró de impotencia, de rabia y lo peor es que sentía como su fe se le escapaba por los poros. Con idea de retirarse, ya vencido a su morada a descansar, se arrodilló lenta y torpemente, clavó su estaca en el suelo para ayudarse a levantar y de forma milagrosa el agua empezó suavemente a brotar sobre la base de su bastón.

Desde entonces al lado de la ermita, se puede contemplar una balsa de agua que los ganaderos de la zona han utilizado durante siglos para dar de beber a sus ovejas. No te olvides de visitar esa balsa cuando vayas a la ermita de San Benito (está a menos de cien metros).


Foto de la balsa al lado de la ermita de San Benito.


En cuanto a Benito, decidió dejar el lugar e ir a conocer otras tierras. Dicen que estuvo en San Juan de la Peña y que anduvo siguiendo el camino de Santiago, algunos se aventuran incluso a decir que en su trayecto por las tierras de la Jacetania, fue apresado y martirizado junto a Santa Orosia, la que es actualmente la patrona de Jaca.

5 comentarios:

Javifields dijo...

madre que historia, otro día buscamos la estaca en la charca...

Pepe Nosela dijo...

Si si, así es la vida. Empiezas a tirar del hilo y...nada que pronto saldrá la novela. Y sólo faltaría encontrar la vara incorrupta de San Benito en la balsa, como para forrarse vendiendo escapularios.

Anónimo dijo...

Bff que historia mas aburrida, algo mas?

Unknown dijo...

...Es como que toda esta historia que tan magníficamente cercana has plasmado me sonara de algo...

Anónimo dijo...

Pues claro quer te tiene que sonar...
Gracias por tus comentarios